22/3/07


Viajar es como soñar en un sueño
.

Por eso los
relatos de viaje tienen este aire insólito.


El 22 de mayo de 2006, en Berlín, dio inicio el 72° congreso de International PEN. El día anterior, domingo, yo había arribado a la capital de Alemania para participar como delegado del Centro Guadalajara de PEN. Durante una semana me dediqué por completo a las diligencias del congreso, sin más respiro que cordiales caminatas vespertinas por las hermosas calles y plazas de la que un día fuera (¿en otro tiempo y espacio?) Berlín oriental.

El día 30, ultimada mi gestión, salí de Brandenburgo en tren rumbo a Pfalz, región vitivinícola situada en la margen izquierda del Rhin, también conocida como El Palatinado; ahí, en la pequeña ciudad de Eisenberg, disfruté de la hospitalidad y compañía de mi amigo el arquitecto Hans Kauf, con quien recorrí el paisaje de Pfalz y sus poblaciones, como Speyer, Worms (donde yacen los restos de Lutero) y Maguncia (Mainz), la tierra de Gutemberg.

El esplendoroso pasado de Pfalz es admirable. La milenaria Catedral de Speyer –la romana Espira– alberga un mausoleo imperial donde yacen los ancestros de Federico Barbarroja y Alfonso X de Castilla, el Rey Sabio. Pero será en otro momento cuando dé cuenta de la levedad y el fulgor de esos días junto al Rhin, en El Palatinado.





EL METATEXTO

“Escribir en un mundo sin paz” fue el tema del 72° congreso. Los párrafos que siguen fueron escritos (en aleman) por Herbert Weisner, y publicados en traducción al inglés en el número 1, vol. 56, de la revista International PEN.



En 1926 se realizó en Berlín el 4° congreso de PEN Internacional. Era apenas un breve respiro entre guerras. En la primavera de aquel 1926, Alemania se sumó a la Liga de las Naciones, y ese mismo año, en Viena, se reunió el primer congreso paneuropeo.

1926
es el año de la publicación de El castillo (Das Schloss), novela de Franz Kafka. Fue también cuando Max Beckmann hizo un retrato de su segunda esposa –Matilde von Kaulbach,
Quappi–, en el cual indagó nuevos vislumbres del color; y Edward Hopper, en un desnudo femenino titulado eleven a.m., hora atípica para desvestirse, trastornaba no sólo la cotidianidad matutina.

1926 es el título de una obra del filósofo y filólogo Hans Ulrich Gumbrecht, subtitulada En el filo del tiempo (1926. Ein Jahr am Rand der Zeit).

Aquel año se publicaron los dos volúmenes de Mi lucha (Mein Kampf). En el momento de su aparición, la funesta obra de Adolfo Hitler apenas captó atención en los círculos intelectuales; de haber encontrado lectores apropiados, tal vez muchos habrían sido capaces de dilucidar el infortunio en que redundaría, para Alemania y el mundo entero, el ascenso electoral del partido Nazi.

Ochenta años tendríamos que esperar los berlineses para albergar nuevamente un congreso de PEN. Después de 1945, Berlín, ocupado y roto, no estaba en condiciones de acometer un reto así. Cuando Hamburgo, en 1986, acogió a los delegados del 52° congreso, se renovó el anhelo. Hasta que hoy, por fin, ha llegado el día.

T
engamos el valor de hacer un examen de lo ocurrido durante las ocho décadas pasadas, para que estos ochenta años signifiquen algo más que una larga y desesperante espera. Reflexionemos sobre lo que ha ocurrido –y ocurre todavía– en los Balcanes, en Chechenia, en Irak, y sobre las secuelas del 11 de septiembre de 2001, no sólo para Nueva York y los Estados Unidos, sino para todos los pueblos y naciones del mundo.

D
ediquemos este 72° congreso de PEN Internacional –este análisis de conciencia desde la perspectiva de la experiencia histórica alemana– a examinar el atribulado presente de nuestro mundo sin paz, flagelado por guerras latentes o encarnizadas, declaradas o no, abismo que parece no tener fin.


Traducción al español de Luis Mario.






CRÓNICA BERLINESA CON PAISAJE MENTAL



Gendarmenmarkt
, 21/06/06


—¿Que hace un mes estaba Jurenito aquí, en Berlín?

—Sí, cuatro semanas hace exactamente. Envuelto en un sueño, Julio Jurenito arribó a la Marca de Brandenburgo procedente de París. Lo alentaba el secreto deseo de encontrarse con Nefertiti, cara a cara. Un viejo amor.


—De México partió con casi nada más que el sombrero puesto y un cuaderno bajo el brazo.


—Y para qué otra cosa, en la placidez urbana de estas calles del Mitte, invadidas de orden y limpieza, devastadas de hermosura, estridentes de pasado y de gozosa actualidad.


—¿Perseveró, aun incitado por el esplendor prusiano, en sus hábitos de hombre de bien…?


—…¿Te refieres a madrugar, comer a sus horas y procurarse el sosiego cotidiano? A todo se mantuvo fiel.


”Con el primer sol fatigaba plazas y avenidas, de cabo a rabo el Mitte –Friedrichstraße, Tiergarten, Alexander Platz, Lustgarten, Bebelplatz, Unter den Linden, Oranienburg Tor, Potsdamerplatz– a paso veloz, mientras tomaba consejo de sí mismo. Por la tarde, a partir de las seis, se iba rumbo a Kreuzberg; por el cruce del Landwehrkanal en Hallesches Tor Brücke llegaba hasta la sombreada Gneisenaustraße, a la altura de U-Südstern, en el preciso lugar donde se abre una profunda caverna en la que ofician las valquirias de la paz, de la fassbier y el weißwein, Chardonnay.

”A la hora en que los trasnochados abarrotan los expendios de kartofel mit paprika, Jurenito regresaba a este Olimpo espectral, en la esquina de Markgrafenstraße y Mohrenstraße para, entrada la mañana del día siguiente reingresar / poco a poco / capa a capa / en el ensueño: de vuelta en el Hilton, en el salón de la asamblea, en los pasillos alfombrados, en el elevador junto al tímido y amigable Günter Grass.”

Guten morgen —una vez más Babel, ésa, laberinto vertical, la de las lenguas mil, la que ya sabemos tú y yo.